Escribe Carlos Armando Cardozo

Mi ausencia

Escribe Carlos Armando Cardozo

OPINIÓN | 17 Mar 2021

Ya está hecho. Este fue el mensaje que recibí en la noche del día viernes. En ese momento pensé que había cumplido con mi misión sin embargo una sensación de desasosiego me invadió. ¿Estaba haciendo lo correcto?

El fin de semana decidí despejar mi mente, el tiempo en familia me permitió espacios de tranquilidad y quietud, poniéndome al día de la vida de mi esposa y mis hijos, aquellas actividades en las que el trabajo me impidió participar y donde mi familia sintió mi ausencia.

Aún durante estos días esa sensación pudo más que la cotidianidad, la incertidumbre y el peso de conciencia me embarga, pero ¿qué es? Hice lo que me instruyeron, me explicaron que era lo mejor para “nosotros”, me dijeron que debía aguantar que pronto esto pasaría cual tormenta ruge y poco a poco se ahoga en la parsimonia del silencio.

A pesar de mantenerme lejos de la televisión y cualquier distracción durante esos días, pude percibir que algo no iba bien, por el rostro que los miembros de mi familia tenían. Una rápida respuesta como: “todo está bien” u “olvídalo no es nada” parecían la estrategia que utilizaban para no soltar ese mar de emociones contenidas que los embargaba. Inútilmente trate de convencerme que efectivamente todas estas tribulaciones irían disipándose con el paso de los días. Que mal presagio.

Ese lunes de vuelta en el trabajo, el clima en la oficina era tenso, al reunirme con mis compañeros de trabajo note un nerviosismo generalizado. Mis temores cobraron vida. Las críticas escalaron a tal punto que nadie quería salir de su cubículo u oficina. Las preguntas y especulaciones llegaban cual río se desborda; que tonto (pensé para mi interior) como pude creer que “esto” pasaría inadvertido, ¿me mintieron? No, me mentí a mí mismo. No fui yo el que tomó la decisión, pero pude haber detenido todo con mi sola palabra.

Sentado, examino la montaña de papeles que se encumbran en mi escritorio. Preocupaciones, deudas, notas de urgente y prioritario, el teléfono que no deja de sonar y el peso de las responsabilidades terminan por quebrar lo poco que quedaba de mi entereza. Me dirijo al baño para refrescarme un poco, mojo mi rostro siento el agua corriendo por cada grieta de la piel. Manoteo a un lado para buscar una pequeña toalla y terminó este breve ritual secándome el rostro. Levanto la mirada y veo mi reflejo en el espejo que tengo de frente.

“Y pensar que antes eras solo un ministro Luis, hoy eres presidente, pero no te sientes como tal. Aún recibes ordenes, aún se te mangonea como si fueras un muchacho. ¡Carajo no me toman en serio! la envestidura que ostento no significa nada para mis anteriores compañeros de partido”.

“La sombra del pasado, el mito histórico absorbió no solo a mi figura sino también a toda mi gestión a menos de 6 meses de haber tomado juramento. Esta sensación no se irá crecerá más y más. Siento la presión de todo un país, siento la presión de mi partido, siento la presión de la cúpula, pero al final sé que no tengo elección”.

“Sabía a lo que me enfrentaba cuando el compañero impuso mi nombre por encima de David, él no era fiable, el tomaría esa oportunidad con las dos manos y consolidaría su figura, una revitalización del instrumento. Eso no le gusto al jefe y por eso me impuso la candidatura”.

“Ahora me doy cuenta de que no tendré paz, solo soy el medio para hacer lo que debe hacerse, imponer lo que debe imponerse y sancionar al que debe ser sancionado. El costo es alto pero el compañero ya decidió que bien vale el sacrificio”.

“No podemos sostener esta tramoya, no me creo capaz de mentirle al país, no otra vez. ¿Pero que hice? Le vendí mi alma al diablo, mi “disciplina” es solo una palabra elegante para referirme a mi sometimiento ante el verdadero poder, aquel al cual hoy juro lealtad incondicional”.

Sacudo mi cabeza para tratar de acallar esas voces que nublan mi mente, “funcionó se fueron”. Vuelvo a mi escritorio y espero paciente las indicaciones para tomar el siguiente paso.

“No me pasen llamadas, no hablare con los medios” mando a decir a mis subordinados, déjenme solo con mis tribulaciones mientras en algún lugar del país deciden cual es el plan para salir de este callejón, sabrán lo que hacen, ya estuvimos en una situación similar y no quiero repetir el bochorno del jefe, salir escapando cual vulgar delincuente.

Espero que pronto me comuniquen que hacer con el país, como calmar los ánimos, apostamos al todo o nada, de fracasar en mi cometido: el movimiento, el mito, el poder, absolutamente todo será solo un recuerdo para los compañeros embargados en la nostalgia.

“Ánimo Luis” me digo, tu solo aguanta ya algo se les ocurrirá.

Suena el teléfono, la voz de la secretaria me anuncia una llamada importante una que debo tomar, “dije que no quería llamadas” replicó furioso, ella me interrumpe: “Señor Presidente, toma una pausa, lo busca el jefe”.

//*CARLOS ARMANDO CARDOZO LOZADA ES ECONOMISTA, MÁSTER EN DESARROLLO SOSTENIBLE Y CAMBIO CLIMÁTICO Y PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN LOZANÍA//

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