Escribe Hugo Marcelo Balderrama

La Pachamama y el mono desnudo

Escribe Hugo Marcelo Balderrama

OPINIÓN | 3 May 2019

Durante siglos, y gracias a la cosmovisión judeocristiana, la humanidad era considerada privilegiada en comparación con las demás especies que pueblan la Tierra. Separar al hombre de las bestias permitió que la ciencia avance y que la tecnología se desarrolle. Pero todo ese orden se trastornó cuando los movimientos ecologistas cobraron fuerzas.

Los líderes ambientalistas dicen reverenciar la naturaleza, pero su pasión abrumadora parece ser el odio a la humanidad. Cuando se hacen investigaciones genéticas para mejorar la producción de frutas u hortalizas o se cruzan especies vacunas para incrementar la cantidad de leche, y de esa manera alimentar a millones de personas, el ambientalista lanza sus mentiras sobre los peligrosos “transgénicos” y gime por la salud psicológica de las vacas.

Ese tipo de actitudes la podemos ver en famosos escritores del tema. Por ejemplo, Albert Scheweitzer y David Ehrenfeld consideran que el “antropocentrismo” es una arrogancia y que el hombre es un “mono desnudo” y mal agradecido con la “madre tierra”.

Contrariamente a la creencia popular, el ambientalismo dista mucho de ser una ciencia, sus argumentos son, como siempre sucede con las ideologías de izquierda, cantos de sirenas para exaltar pasiones, miedos y sentimientos.

“La carta de la tierra”, creación de Maurice Strong, es un documento profundamente religioso. De ahí que ateos como E.O. Wilson, panteístas como David Spangler o jaimistas como Abraham Hesche consideran que el ecologismo puede reemplazar a las religiones existentes y unificar a la humanidad en un solo culto, un viejo objetivo de todos los gobiernos totalitarios desde Roma hasta la URSS, y ahora revitalizado por la ONU.

Por eso cualquier adolescente desinformado o un progresista narcisista se sienten bien cuando protestan contra el calentamiento global, publican fotos de gaviotas llenas de petróleo y lanzan gritos condenando el “capitalismo causante del biocidio”. Las falacias y sofismas no son el mayor peligro del movimiento ecologista, sino la capacidad de que tiene de aglutinar a todos los ingenuos bajo una agenda anti occidental.

El “Día de la tierra” es la principal fiesta ecologista, aunque también es un fastidio. Los gobiernos de muchas partes del mundo promueven este tipo de espiritualidad a través de sus escuelas y otras oficinas burocráticas financiadas con impuestos.

En 1970, año que se celebró el primer “Día de la tierra”, quedaban supuestamente solo diez años antes de un cataclismo ambiental, y era hora de empezar a reducir el crecimiento de la población y revertir el daño al planeta.

Aunque las cosas no son perfectas, ni nunca lo serán, en los últimos cincuenta años China, la nación más poblada del planeta, emergió como un gigante económico y muchos países africanos están transitando la ruta del capitalismo y saliendo de la pobreza. Pero los socialistas todavía instan a la sociedad a reducir su consumo de energía eléctrica, a no tener hijos y vivir en toda clase de privaciones.

La mayor tragedia de la humanidad no son los desastres ambientales, sino que las naciones hayan caído bajo las garras del socialismo. Países como Venezuela, Argentina o Bolivia tienen altos niveles de pobreza, y al mismo tiempo elevados índices de contaminación. No existen desastres naturales, sino condiciones de la naturaleza que sacan a relucir los desastres de la pobreza.

Y la pobreza no es producto de la sobrepoblación, sino la condición natural de la humanidad, y como dicen el gran Miguel Anxo Bastos: “el capitalismo es el único método eficaz de combatir la miseria humana”.

La humanidad necesita mucho capitalismo y nada de ecologismo.

//*HUGO BALDERRAMA ES ECONOMISTA MASTER EN ADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS Y PHD. EN ECONOMÍA//

//**LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL PLURAL – LIBERAL DE ESTE MEDIO DE COMUNICACIÓN//