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Jueves, 25 de Abril de 2024

Escribe Mónica Olmos Campos

Una educación que resista la crítica

OPINIÓN | 28 Sep 2020

Desde que la cordura derrotó al autoritarismo, no son pocos los bolivianos que le temen a la crítica. Es decir, la que fue el instrumento que coadyuvó a que millones de ciudadanos constataran que vivíamos bajo el yugo de un moderno y solapado régimen despótico, después de huido el artífice principal, la crítica, se convirtió en una palabra y acción prohibidas.

Como si ya no hubiera nada que criticar, como si ya no quedara nadie digno de ser criticado; y hoy a muchos, esta palabra les provoca incomodidad, y también temor. Es evidente, recuperar el decoro democrático no fue asunto sencillo, las amenazas y los traumas aún perviven; entonces, es comprensible pensar que la crítica amenaza lo conseguido.

Sucede que la crítica es un medio de reivindicación, como lo fue en esta larga década y media de abuso de poder, y como continuó siéndolo durante este 2020 pues la renuncia de Jeanine Áñez no es más que producto de las críticas (insatisfacciones, reclamos y demandas) a su gestión, y es que como expresó el ministro Arturo Murillo en radio Panamericana el pasado viernes, él no ha escuchado a nadie que haya tomado mal la valiente decisión de la Presidenta de declinar su candidatura. Esto, que al parecer llama la atención del Ministro, es porque la corriente de opinión pública de descontento a la administración del Estado no necesitaba ni más pruebas ni más treguas.

Pues bien, debemos seguir agradeciendo que a los bolivianos aún nos quede uno de los tesoros más preciados de la libertad, como es la capacidad de disentir y, por supuesto, para expresarlo. Esa facultad sí es un derecho humano y nos ha permitido a los bolivianos liberarnos de los abusos que “otorga” el poder.

Por la importancia que le atribuyo a la temida crítica, es que voy a insistir en la necesidad de educarla. Sí, a pesar de los resultados mencionados, es obligación institucional y menester pedagógico seguir cultivando el arte de la crítica a fin de dejar de considerarla un instrumento de conveniencia y oportunidad, sino un medio legítimo, necesario y cotidiano para la vida en democracia.

La crítica debe instalarse como competencia básica y transversal en el currículo de escuelas, colegios y universidades, y debe merecer la atención de pedagogos y maestros como el bien más preciado de la convivencia humana, porque solo a través de eso que llamamos crítica, las sociedades pueden expresar su repudio y rechazo al abuso de poder, a la injusticia, a la falta de equidad, al silencio conveniente y provocado, al miedo de ser, sentir y pensar.

La crítica debe estar presente en cada unidad temática y debe enseñarse a partir de una pedagogía basada en la argumentación donde la reflexión, la razón y la defensa de la verdad sean los instrumentos de lucha. Si la educación formal no provoca crítica en los estudiantes, no está cumpliendo su rol, solo está haciendo mímica en un acto evidentemente fallido, hipócrita e intencionado por no hacer nada.

Los maestros deben prepararse para dar la talla en esos debates argumentados que propiciarán en sus clases; mientras que los estudiantes harán gala de su ímpetu en acalorados debates en busca de hallar la verdad. Si esto no ocurre en un aula de escuela o de universidad, la educación habrá sido un pretexto para manipular y oprimir, y para reproducir el statu quo que acaba encantando a los mediocres en conveniencia con los vividores del poder.

Resulta contradictorio pedir al Gobierno que diseñe un currículo con ese espíritu, pues atentaría contra su propia existencia en los términos en que se nos pretende gobernar; pero sí debemos insistir –desde la sociedad civil organizada, desde los entornos no alineados con la quietud del poder instituido– que se enseñe y se aprenda a formar crítica. La pedagogía de la argumentación debe ser considerada desde el primer día de clases del niño de primero de primaria. Esto implicará enterrar las metodologías que coloquen al docente al centro del proceso para poner, en su lugar, al estudiante como protagonista de la acción pedagógica.

Necesitamos niños y jóvenes inquietos, habladores, curiosos, creativos, inventores, caprichosos, preguntones, insistentes, insatisfechos, contestones y contestatarios. Vamos a dejarlos ser sin miedo, al estilo de la pedagogía de Comenio y de Rousseau; vamos a guiarlos en libertad, honestidad y sensatez, no para modificarlos sino para mantenerlos en carácter y personalidad. Vamos a mostrarles el camino para que descubran los argumentos de la razón para hacerlos más fuertes de lo que son, y para que la educación resista la crítica que tan bien nos hace.

//*MÓNICA PATRICIA OLMOS CAMPOS ES COMUNICADORA SOCIAL Y DOCTORA EN CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN//

//**LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL PLURAL – LIBERAL DE ESTE MEDIO DE COMUNICACIÓN//

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