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Viernes, 19 de Abril de 2024

Escribe: Andrés Gómez Vela

Dos polvos, dos símbolos, un ebrio y un militar

OPINIÓN | 12 Ago 2018

Estos últimos días, leí frases de este tipo: ¿Cómo es posible que un militar pierda la Medalla y Banda Presidencial por dos polvos? ¿Por qué un diputado se desnuda ante las cámaras de los celulares? ¿Por qué hacen lo que les da la gana? ¿Qué hemos hecho para merecer esto?

En ambos casos, el placer se excedió sobre el saber y el poder sobre el deber. Antes que alarmarse, mejor reflexionar; finalmente, quien tiene poder lo ejerce sin saber, ya sea en el prostíbulo o en Palacio, ya sea en la Asamblea o en la cantina.

“Estamos en el poder y podemos hacer lo que queremos”, es la frase que resume esta conducta y que la escuché al menos una veintena de veces en diferentes circunstancias. No son palabras aisladas, están encadenadas a una línea de conducta preconizada desde el poder.

Entonces, el poderoso uno puede prometer respetar el resultado de un referendo y al día siguiente no cumplir su promesa. Es más, puede atacar, perseguir, insultar y encarcelar a quienes pidan cumplir su palabra. También puede descalificar a quien le pregunte: ¿dónde está el hijo que dijo que tuvo con una jovencita?

Y así… el poderoso dos puede mentir a todos y ostentar títulos académicos que no tiene y, tras verse descubierto, mirar con ojos asesinos a quienes develaron la verdad, como si éstos fueran culpables de su mendacidad. Es más, puede insultar a diario a aquellos que le piden algo de coherencia.

Si el uno y el dos usan el poder para hacer lo que quieren, un ministro puede mandar a uno de sus colaboradores a una turba de aliados para que lo maten y homenajearlo luego en nombre de la “revolución democrática, y cultural” (Si eso hace con los suyos, imagínense con sus enemigos). Para el colmo, ese ministro puede seguir en el cargo como si nada hubiera pasado.

Si él lo hace, otro también. Entonces, otro funcionario puede encarcelar a un inocente sólo para demostrar su poder y traicionar a la patria entregando documentos secretos a un “país enemigo”. Si uno se anima a cuestionar, puede terminar siendo llamado neoliberal, vendepatria o lacayo del imperio.

Esa “moral revolucionaria” desciende hasta “los movimientos sociales”, cuyos dirigentes, para justificar un descomunal robo (Fondo Indígena), pueden articular “gloriosos” palabras: “ahora nos toca a nosotros, ahora es cuando”. Como los derechistas ya robaron, es tiempo de los izquierdistas. Si uno critica, le dirán que no tiene ética.

La decadencia moral no acaba ahí. El magistrado encargado de garantizar el cumplimiento de la Constitución puede incumplir su deber para satisfacer las ambiciones personales de quien lo nombró y luego ser premiado, junto a su esposa, con cargos diplomáticos. Si alguien se opone, será calificado de tribilín.

La moral de la élite se reproduce en los municipios de diferentes maneras: cobro de diezmos y quinciños a la luz del día, uso de bienes públicos para el partido, uso de vehículos estatales para ir a los burdeles, uso de oficinas para farrear. Si uno se anima a pedirles cordura, pone en riesgo su vida.

Como verán, Bolivia es un país cuyos habitantes se alarman por un militar que se va al prostíbulo con la Medalla y Banda Presidencial, pero no se alarma tanto por el que usa la Medalla para mentir y burlarse de la inteligencia de la mayoría.

Vivimos en un Estado donde la gente se escandaliza por un diputado borracho que grita a los cuatro vientos: “Soy masista”, pero no reacciona en la misma dimensión ante los placeres públicos y delitos de la élite que siembra esa conducta.

Por todo lo señalado, más que el semental de caballería y el diputado exhibicionista, me alarma que miles de personas no se indignen ante la cadena de iniquidades que vieron en una década de fiesta azul.

Si Marx conociera a estos socialistas del siglo XXI, les diría: en 12 años no transformaron las estructuras materiales, dejaron que sus seguidores se enajenen y reproduzcan la moral que tanto criticaron, y que prometieron cambiarla para parir al hombre nuevo.

¿Qué hemos hecho para merecer todo esto? No nos hemos indignado aún lo suficiente.

//*ANDRÉS GÓMEZ VELA ES PERIODISTA Y ABOGADO//

//**LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL PLURAL – LIBERAL DE ESTE MEDIO DE COMUNICACIÓN//

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