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Sábado, 20 de Abril de 2024

Escribe: Maggy Talavera

“¿Será solo Lula, maestro?”

OPINIÓN | 8 Abr 2018

El expresidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva ha vuelto a ser titular de primera plana a nivel internacional, en la mayoría de los medios de comunicación. No es para menos: de ser uno de los más populares líderes dentro y fuera de su país, pasó a ser uno de los más denunciados por corrupción.

Entre 2014 y 2017, siete causas fueron abiertas en su contra y una de ellas, referida a una denuncia de soborno recibido de parte de la constructora OAS, ya tiene sentencia de 12 años de cárcel, a ser cumplida de inmediato tras librar una serie de recursos ante diferentes instancias de la justicia brasileña.

Desde las primeras acciones legales en contra del expresidente, hubo reacciones confrontadas. De un lado, aliados y simpatizantes del Partido de los Trabajadores que llevó a Lula al poder no dejaron de repetir que todo obedecía a un complot en contra de su líder, para evitar que sea candidato presidencial. De otro lado, opositores y exaliados nunca dudaron del tenor de las acusaciones hechas por la justicia, en base al trabajo de investigación de policías y fiscales encargados de cada uno de los siete casos. Una confrontación que no quedó solo en Brasil, sino que hizo carne también en los países vecinos y otros continentes.

Sobran argumentos de un lado y otro para justificar la toma de posiciones, pero lo que ha faltado en la mayoría de esas confrontaciones ha sido la comprensión de lo sucedido en Brasil con el mayor escándalo de corrupción ya conocido en los últimos años. No se trata solo de Lula, aunque por momentos así pareciera, dado el peso que ha tenido su figura en la política brasileña y regional. Se trata de uno de los mayores esquemas de corrupción ya descubiertos en el mundo, en el que la trilogía políticos-empresarios-intermediarios logró un sofisticado nivel de articulación que dejó de lado la ideología partidaria y de clase.

Hago hincapié en subrayar “ya descubiertos”, porque lo que queda hoy más claro que nunca es que las prácticas corruptas vistas en la llamada Operación Lava Jato han ganado terreno en todos los ámbitos públicos y privados. El propio caso así lo demuestra: nació de una investigación que parecía menor, una sospecha de lavado de dinero en una casa de cambio que funcionaba en un puesto de gasolina, pero que gracias a la acuciosidad de policías, fiscales y jueces que trabajaron en la misma, derivó en un caso que tiene más de 40 fases, en las que han sido corroborados nexos criminales entre funcionarios públicos de todo nivel (desde subalternos, hasta dos expresidentes y ya se investiga incluso al hoy presidente Temer), dueños de las empresas constructoras más poderosas (Odebrecht, Andrade Gutiérrez, OAS), jefes de los principales partidos políticos (PT, PMDB, PSD, etc.) y una larga lista que incluye a profesionales reconocidos, sobre todo en marketing político.

Así que no se trata solo de Lula. A la fecha, ya hay más de 200 acusados, al menos un tercio de ellos cumpliendo penas en diferentes cárceles de Brasil. Y falta encarcelar a más implicados en la trama que, según datos oficiales, manejó más de 2.000 millones de dólares en sobornos. Es mucho dinero y son muchísimos los que han formado parte del engranaje. Por eso es fácil rebatir al menos uno de los argumentos esgrimidos para librar de culpa a Lula, el del complot en su contra. Si acaso existiera un complot, este no podría ser otro que uno contra el pueblo al que los políticos dicen defender y los empresarios, servir. El peligro ahora, más bien, es que haya un complot en contra de la justicia.

Queda claro, por lo tanto, que lo que está ocurriendo en Brasil con la Operación Lava Jato trata de algo mucho más que de Lula y de su interés en volver a ser presidente de su país. Se trata de un gravísimo problema que enfrenta a la sociedad brasileña y a la del resto del mundo a un dilema que no es nuevo, pero que está cada vez más complicado: consentir o combatir la corrupción. Un dilema que se desdobla en varios frentes, uno de ellos central para el desarrollo y convivencia, como es el de decidir si se apuesta por partidos políticos, empresas y gremios laborales y profesionales correctos, o por clubes de gánster.

En esta apuesta, es fundamental el rol que se le asigne a otra trilogía poderosa, como es la de la jueces-fiscales-policías, muy eficiente y efectiva como lo ha demostrado la que lidera el juez Sergio Moro en Brasil. Sin esta trilogía activa, transparente y comprometida, además de independiente, solo nos restarán los clubes de gánster.

/*MAGGY TALAVERA ES PERIODISTA Y DIRECTORA DE SEMANARIO UNO//

//**LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL PLURAL – LIBERAL DE ESTE MEDIO DE COMUNICACIÓN// 

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