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Viernes, 19 de Abril de 2024

Escribe Alberto Mansueti

Las “reformitas” son inviables

OPINIÓN | 10 Jul 2020

El nuevo presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, es eso que llaman “la centroderecha” en América Latina. Como siempre en estos casos, cuando ganó las elecciones en noviembre de 2019, dando fin a 15 años consecutivos de gobiernos de la izquierda neta, y asumió el cargo, en marzo, despertó muchas esperanzas en la opinión pública no socialista de su país y de otros.

La algarabía en las redes sociales me recordó cuando Mauricio Macri ganó las elecciones de 2015 en Argentina, y cuando el año siguiente 2016, ganó Pedro Pablo Kuczynski en Perú. En esos momentos se escribieron toneladas de prensa sobre “el fin de la izquierda”. Más o menos como en Bolivia, cuando un golpe de estado apenas disimulado logró quitar a Evo Morales de la presidencia luego de 13 años, el 10 de noviembre de 2019, dos semanas antes del triunfo de Lacalle Pou.

Yo fui escéptico. En su momento, escribí que Macri no iba a hacer ninguna reforma de fondo. Por lo tanto, no habría bienestar generalizado, la insatisfacción de la gente no decrecería, y el peronismo, tarde o temprano, revestido de nuevas y antiguas vestiduras, terminaría regresando al trono, como ha ocurrido otras veces en mi país natal. Fue lo que sucedió, lamentablemente, otra vez. Y de Pedro Pablo Kuczynski dije lo mismo. Y la izquierda peruana, en alianza con el fujimorismo (la derecha mala), le dio un golpe de estado (apenas disimulado también), y lo destronó, a menos de dos años del triunfo en las urnas. Ahora ¿qué tenemos en Perú? La debacle de Vizcarra: la izquierda gobierna.

Sigo siendo escéptico. En Bolivia, el nuevo gobierno ni siquiera apunta a las grandes reformas tantas veces postergadas en América Latina: nada de privatizaciones, desregulaciones, o amplias aperturas en los mercados de la producción, la educación, la atención médica o las jubilaciones. Nada de nada. De esos temas ni siquiera habla el gobierno de la presidenta Jeanine Añez.

Pero ahora, cuando digo que la izquierda va a regresar, al menos ya no me tildan de loco. Hasta hay quien presta atención a mis críticas a la derecha mala: la que no puede, no sabe o no quiere hacer las reformas estructurales. Sea por impotencia, ignorancia o mala voluntad, no hay esas reformas, y el resultado es el mismo desastre. Y allí está el caso de Jair Bolsonaro en Brasil: fue capaz de liderar una excelente y exitosa coalición “fusionista” de liberales y conservadores contra la izquierda, y les ganó muy ampliamente. Pero no siendo político sino militar, no tuvo sabiduría ni habilidad de maniobra para transformar una coalición electoral en un gobierno de coalición: ha sido y es muy torpe.

Dicen que las grandes reformas son inviables. Yo digo que no; inviables son las “reformitas”, no son aptas como barrera de contención para la izquierda. Desde la oposición, los socialistas las detienen, las sabotean, y hacen fuerte presión para recortarlas y dejarlas en nada o a mitad de camino; y así, cuando persisten los problemas de inseguridad, pobreza e ignorancia, ellas regresan al poder, a lomos del amplio descontento popular, de los más pobres, y (lo que queda de) las clases medias.

Está el caso de México, donde ahora resido. El anterior gobierno de Enrique Peña Nieto, de la derecha mala aliada a la izquierda blanda, había iniciado una serie de “reformitas”, que ni siquiera abarcaban la totalidad del país, sino nada más siete Zonas Económicas Especiales (ZEE) en el sur, la parte más deprimida, y azotada por las guerrillas de la izquierda violenta. “Pequeñas reformas, para comenzar”, decían sus partidarios y “porristas”. ¿Y qué pasó? Nada pasó; y por eso, a mediados de 2018, la izquierda continental celebró gozosamente su victoria electoral con Andrés Manuel López Obrador (AMLO), hoy presidente: lo primero que hizo fue borrar las ZEE de un solo decretazo. Y lo segundo, relanzar el Foro de Sao Paulo convertido en “Grupo de Puebla”.

Lo mismo fue en El Salvador, con sólo una diferencia menor: el actual presidente, Nayib Bukele, no parece de izquierda porque es de la “izquierda posmodernista”; pero es sólo un detalle. Hay algún que otro caso más o menos anómalo o desviante, como Guatemala, donde la derecha mala es hegemónica, y es la que pone y quita presidentes; pero eso es sólo porque la izquierda es demasiado inepta, es decir, algo lenta en su juego estratégico, en comparación con otras, por ej. en Colombia, donde ejerce un gobierno de hecho en la práctica, y en Chile, donde se prepara para el retorno, y “repotenciada”.

Otro caso: Ecuador, donde la derecha mala es tan infeliz, que apoyó (y en parte sigue apoyando) al pésimo gobierno de Lenin Moreno, motivada por un grado tan alto de “histeria anticorrupción” contra Rafael Correa, que ya casi se ha transformado en una patología, digna de estudio sicológico más que científico-político. Y en Venezuela, donde la derecha mala casi ha desaparecido, con la excepción de la Sra. Ma. Corina Machado, la izquierda blanda socialdemócrata no puede sacar a la izquierda comunista del gobierno, por la misma razón que no pudieron sus homólogos de Europa central y oriental, allá por los años ‘50, ‘60 y ‘70: falta de un programa radical opositor en pro del bienestar para todos, de neto capitalismo suficientemente atractivo. Las cosas cambiaron en los ’80, porque llegaron los liberales con ese programa.

Pero sigamos con Uruguay. Desde que asumió, el presidente Lacalle Pou está bregando por una larga lista de pequeñas reformas, es decir, ciertas medidas en temas diversos de salud, educación, vivienda y seguridad, agrupadas en una “Ley de Urgente Consideración” (LUC). Lacalle Pou la defiende como “un proyecto bueno, justo y popular”, un paquete legislativo de 476 artículos.

Reformitas. Pero no habla de las grandes reformas estructurales. Algunos me dicen que "grandes no se puede, han de ser pequeñas, al menos para empezar." Mi respuesta es que con "reformitas" no se desmonta la estructura de poder, así el "status quo" te derrota, y más pronto que tarde te sabotea, te impide o te revierte las reformitas. Luce como si Lacalle Pou apuntara a un blanco que es, a mi ver, demasiado modesto: la migración de empresarios y capitales argentinos a Uruguay. Pudiera ser que tal vez está pensando en los cubanos que llegaron a Miami después de los Castro, en los ’60 y ‘70. Pero si es ese el caso, debo observar que la política se parece en muchos aspectos a los deportes del tiro al blanco: la trayectoria de un proyectil suele ser parabólica a la baja; por eso no debes apuntar a tu blanco, sino más arriba.

En julio de 2018 escribí un artículo titulado “El sueño del poder”, que se puede leer en “Pisando callos”, mi serie de columnas de opinión, en la Website del Foro Liberal de América Latina. Aborda el tema de las izquierdas saboteando las reformitas “neoliberales” desde la oposición, tanto en el seno del Congreso, como en la prensa y redes sociales, en la burocracia estatista enquistada en los mandos medios de la administración, en la educación controlada por el estatismo, y en la calle. Comienza con “Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando”: las primeras líneas del monólogo más célebre del gran teatro clásico español, en “La vida es sueño”, de Don Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), en el Siglo de Oro. En boca del personaje principal, Segismundo, hijo de Basilio, Rey de Polonia, al final del primer acto.

Creo que Lacalle Pou sueña que es presidente, manda, dispone y gobierna. Hace unos días la bandera gay se colgó ostentosa en un balcón de la Embajada estadounidense en Moscú, toda una provocación diplomática, en medio del proceso constitucional de Rusia en favor del matrimonio normal. Confirmé mi hipótesis: Trump también sueña que es presidente. ¿No escuchó la oportuna advertencia que Ron Paul le hizo contra el “Estado profundo”? No; no escuchó, parece. Demasiado arrogante.

Tres conclusiones: (1) En Ciencia Política, “bipolarizado” es un escenario político dominado por sólo dos polos opuestos; y no es bueno, porque no refleja el pluralismo multipolar de la sociedad, y porque así no hay espacio y actores en el medio, necesarios para consensos y acuerdos mínimos. (2) En estos países nuestros hay algo peor: una bipolarización muy aguda entre los polos de la izquierda dura y la derecha mala e izquierda blanda (juntas casi siempre), que es muy malsana porque ambos polos son estatistas. (3) Por eso nuestra línea de estrategia en el Movimiento Cinco Reformas es “tercerizar” para quebrar esa bipolaridad, y contar de ese modo con tres polos y no dos. ¿Me explico?

Muchas gracias por seguirme hasta aquí; y muchas felicidades a mis amables lectores.

//*ALBERTO MANSUETI ES POLITÓLOGO, FUNDADOR DEL CENTRO DE LIBERALISMO CLÁSICO//

//**LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL PLURAL – LIBERAL DE ESTE MEDIO DE COMUNICACIÓN//

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