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Jueves, 18 de Abril de 2024

Escribe Andrés Gómez Vela

EEUU, racismo y el de ojos verdes boliviano

OPINIÓN | 7 Jun 2020

Una mañana de julio, mi profesora Inés de Guerra, en la escuela Modesto Omiste de Uncía (Potosí), me dijo que debía decir a mi mamá que compre una cinta con los colores de la Tricolor para lucirlo en mi pecho en las fiestas Patrias. Hasta ahí, todo bien.

Creo que el 5 de agosto, si mal no recuerdo, mi mamá llegó de Pocoata sólo para comprarme la banda. Al día siguiente, se presentó conmigo en la escuela para entregar la cinta a “mi Señorita” (así llamábamos en aquel entonces a las profesoras, al menos en el Norte de Potosí). Dos señoras que no vestían polleras (chotitas, con cariño) y cuyos hijos eran mis compañeros de aula no podían creer que el hijo de una (linda) chola sea un buen estudiante y capaz de portar la bandera.

Ahí todo mal porque ahí empieza el racismo, ahí, en ese momento cuando uno considera inferior al otro por su vestimenta, origen, color de piel, cultura, religión o nacionalidad y, en consecuencia, lo trata como tal. En mi ni niñez, lo tomé de manera natural, pues, así de natural era la discriminación; por eso, las cholas vestían a sus hijas “de vestido o de pantalón” para que ellas ya no sean infravaloradas.

Comprendí bien que era racismo y discriminación muchos años después, cuando leí a Alexis de Tocqueville (La democracia en América). En el capítulo referido a las razas en Estados Unidos (india, europea y negra), el político e historiador francés escribió que desde la mirada del europeo existía “un prejuicio natural” hacia el negro, prejuicio que lo llevaba a “despreciar al que ha sido su inferior incluso mucho tiempo después de que haya llegado a ser igual. Desigualdad imaginaria que tienen sus raíces en las costumbres”.

Tocqueville alertó, ya entre 1830 y 1835, el conflicto racial que iba a afectar a los estadounidense porque percibió que los blancos apenas reconocían rasgos generales de humanidad en los negros; la cara de éstos les parecía “repelente”; su “inteligencia, limitada”; y “sus gustos, bajos”.

Es decir, a negros y a blancos no sólo les separaba la libertad como al esclavo y al amo de la misma “raza” en la antigüedad, sino el prejuicio anidado en la cabeza, el prejuicio que considera inferior y portador genético de males al diferente.

Estados Unidos abolió la esclavitud en 1863. Aprobó una ley para hacer iguales a negros y a blancos, que ya eran semejantes por naturaleza, pero en las mentes como la del policía Derek Chauvin que puso su rodilla en el cuello de George Floyd hasta matarlo perduró/ra el menosprecio al otro como hace 157 años.

La ley no abole el prejuicio por una aduana de valores que hay en algunas cabezas petrificadas. Por eso, en Estados Unidos el mismo día que acababa la esclavitud en los papeles, comenzaba la segregación en la vida real, materializado durante casi un siglo por el grupo terrorista y racista Ku Klux Klan.

Negros y blancos eran iguales legalmente, pero vivían separados. Rezaban al mismo Dios, pero no en el mismo altar. Vivían en el mismo país, pero no en los mismos lugares. Tenían la misma bandera, pero no la misma libertad ni la misma igualdad. Hasta que en 1955, después de 95 años de la abolición de la esclavitud, Rosa Louise McCauley, que subió a un bus en Montgomery, Alabama, se sentó en el lugar reservado a los blancos y no atrás donde le correspondía por costumbre impuesta, y cuando un blanco intentó echarla respondió: “No. Estoy muy cansada”. Por su indomable deseo de igualdad, esta mujer valiente terminó en la cárcel y gatilló el movimiento por los derechos civiles, liderado con inteligencia por Martin Luther King.

La lucha del pastor bautista terminó con la segregación que se había hecho una costumbre, pero no acabó con los prejuicios enraizados en mentes callosas. Las recientes movilizaciones antirracistas en Estados unidos está demostrando que el sueño de Martin Luther King de que un día sus hijos “no serán juzgados por el color de su piel, sino por su reputación” no se cumple aún.

La llegada de Barack Obama a la Presidencia de EEUU el 20 de enero de 2009 fue insuficiente. “La ley le abre (al negro), no obstante, el blanco de los jurados, pero el prejuicio le echa de él”, había dicho Tocqueville.

En Bolivia, pasa algo parecido. Sin bien no hubo esclavitud, hubo servidumbre. Los españoles sometieron a los indios y hasta después de la Revolución Nacional habían “wuata runas” (indios en servidumbre durante un año) al servicio de criollos o mestizos. Este recuerdo deshonró a los pueblos indígenas y parece haberse perpetuado en el recuerdo.

En el país, la mayoría tenemos el mismo color de piel y por la mayoría de las venas corre el mestizaje de izquierda a derecha y de abajo hacia arriba, pero aún hay personas que consideran que otro con más melanina nació en la bajeza, por tanto, debe seguir siendo sirviente e ignorante.

El prejuicio del predestinado, el prejuicio de la raza y el prejuicio de creerse blanco perviven en miles de cabezas, entre ellas, la del exministro de Minería, Fernando Vásquez, que dijo que no podía ser militante del MAS porque tenía ojos verdes, cabello crespo y piel blanca.

Miles creímos que esta deuda impaga desde hace siglos iba a ser saldada durante la gestión del MAS. Nos equivocamos. Desde el masismo en el poder se fomentó la discriminación inversa al mostrar a los no indios (k´aras) con los peores defectos: ladrones, inmorales, incapaces; por tanto, inferiores.

Pero la caprichosa Bolivia enlazó aún más los destinos de indios, mestizos y k´aras a tal punto que los puso en un solo camino, por ahora, de tierra, pedregoso y con baches. La misión de cada uno de nosotros es pavimentar ese camino, iluminarlo y señalizarlo hasta llegar al día en que nuestras mentes vean en el otro a un semejante naturalmente, igual legalmente y diferente sólo culturalmente.

El primer paso es no sentirse inferiores ni superiores frente a nadie. Si hubiese creído en la década del 70 del siglo pasado que el hijo de una hermosa chola no podía portar La Bandera porque simplemente lo dijeron dos señoras, quizá hubiese abandonado la escuela, pero la inteligencia y el orgullo de mi madre de sentirse a gusto con sus polleras, me lo impidieron. Ahora, me tienen aquí en el Tinku Verbal escribiendo sobre racismo y otros temas.

//*ANDRÉS GÓMEZ VELA es periodista y abogado//

//**LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL PLURAL – LIBERAL DE ESTE MEDIO DE COMUNICACIÓN//      

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