Escribe Hugo Marcelo Balderrama

¿Conservador? Sí, a mucha honra

OPINIÓN | 17 Ago 2018

El conservadurismo es la doctrina política con la mayor cantidad de enemigos. Desde los marxistas, en todos sus colores, hasta los furiosos libertarios. Pero cuando los críticos son expuestos a la pregunta ¿Qué es un conservador? la respuesta es la descalificación personal, los conservadores somos tratados como megaterios que queremos imponer nuestra moralidad retrógrada.

El relativismo moral, la crítica a la tradición y la fascinación por lo novedoso son los rasgos característicos de los enemigos del conservadurismo.

En primer lugar, el bien y el mal no son asuntos secundarios, de hecho, la ética es inevitable en las discusiones humanas. Por ejemplo, los ecologistas argumentan el derecho animal y critican el “antropocentrismo”, los más radicales incluso consideran que es “inmoral” que nazcan nuevos humanos. Por otro lado, los grupos LGTBI argumentan ser discriminados y que sus “derechos” son constantemente vulnerados. Y, finalmente, los libertarios nos exigen reducir la moral a un asunto privado, un total despropósito.

Toda sociedad tiene una moral impuesta, moral que luego se traslada a un sistema jurídico (minimun de ética). Sabiamente, el teólogo Greg Banhsen describió la historia de la humanidad como una constante lucha de cosmovisiones. Por un lado, los principios universales derivados de la ley de Dios, y por el otro, el relativismo donde lo bueno y lo malo son intercambiables según las circunstancias.

En realidad, los anti conservadores quieren imponer el relativismo moral donde los axiomas éticos del grupo “X” sean tan válidos como los del grupo “Y”, nada novedoso, la humanidad ya lo vivió en la época precristiana y la historia cuenta que no fue un tiempo muy agradable.

En segundo lugar, el conservador aprecia todo el conocimiento del pasado: “un enano sobre los hombros de un gigante puede ver más alto”. La herencia cultural heredada es un tesoro que la humanidad transmite a las nuevas generaciones, imagine un mundo donde los jóvenes tengan que construir desde cero. En consecuencia no se conserva siempre lo mismo, sino una cultura acumulada que, con claros y grises, ha probado ser exitosa.

En tercer lugar, lo novedoso no siempre es equivalente a bueno, existen costumbres e instituciones milenarias que nos permiten vivir con orden y paz. Por ejemplo, la familia es una intuición que da enseñanza, caridad y creación de riqueza funciones vitales en la perpetuación de la especie, no es casualidad que grupos ecologistas, abortistas y antifamilia estén del mismo lado. El respeto a la vida desde la concepción hasta la muerte natural es otro principio jurídico que hoy sufre el embate de toda la “neoizquierda”. Paradójicamente, se llama progreso al homicidio del ser humano por nacer y arcaico a la defensa de la vida. El lenguaje, esa vital herramienta del pensamiento, es acusado de ser “homocéntrico” y “colonialista” y pretende ser reemplazado por una neolengua más tolerante e inclusiva que incluya a todos, todas y “todes” ¡por favor! Estamos llegando al ridículo.

La libertad solo puede existir donde haya orden. Por eso, el conservador aprecia el orden que, como dijera Burke es “el fundamento de todas las cosas buenas”; y por lo mismo, está convencido de la necesidad de una cosmovisión que debe ser común a todo los miembros de la sociedad.

El problema no es nuestro sino de ellos. El conservador que, además, se atreve a decir la verdad y que, cuando tratan de acallarlo, grita más fuerte, es una piedra en el zapato para quienes quieren transar todos los principios por unos votos más. Por eso, es más fácil descalificarlo y ridiculizarlo.
En síntesis, ser conservador no es ser retrógrado, sino precisamente un progresista, en el genuino sentido de la palabra. Y no puedo dejar de recordar un lema conservador, que decía “conservar es lo contrario de destruir”.

//*HUGO BALDERRAMA ES ECONOMISTA MASTER EN ADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS Y PHD. EN ECONOMÍA//

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