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Miércoles, 24 de Abril de 2024

Escribe Hugo Balderrama

Valió la pena

OPINIÓN | 26 Nov 2021

En las recientes elecciones legislativas argentinas el peronismo perdió por 8 puntos porcentuales a nivel nacional. Lo que significa que se quedó sin quorum propio en el senado por primera vez desde 1983. Si bien, cualquier derrota de la izquierda radical es motivo de alegría, el verdadero fenómeno de las elecciones argentinas tiene un nombre: Javier Milei.

El economista libertario logró un resultado histórico como candidato a diputado nacional en la Ciudad de Buenos Aires, consolidando su voto entorno al 14 % y logrando el apoyo de aproximadamente 238.552 porteños ―un distrito dominado por el macrismo hace más de una década―. Esta victoria viene con un condimento extra. Los mejores resultados de Milei se dieron en la Comuna 8 (Villa Soldati, Villa Riachuelo y Villa Lugano) y la Comuna 9 (Liniers, Mataderos y Parque Avellaneda). Lugares de gente humilde que la izquierda considera su feudo, pero que esta vez demostraron que no quieren un país lleno de bonos, planes y subsidios, sino de libertades y oportunidades para progresar por sus propios méritos.

Tan sólo una semana después, el conservador José Antonio Kast ―con un discurso a favor de las libertades económicas, la vida y la familia― triunfaba en la primera vuelta de las elecciones presidenciales chilenas con un 28%.

¿Cómo es posible explicar ambos fenómenos en un continente que hace tan sólo un año atrás parecía condenado a caer en el abismo socialista?

Evidentemente, en este tipo de situaciones hay varios elementos que confluyen. Empero, hay uno que años atrás empezaron intelectuales como Agustín Laje, Nicolas Márquez o Mamela Fiallo, me refiero a la batalla cultural.

Contrario a lo que muchos creen, la batalla cultural no es una cosa de rancios conservadores, sino la defensa de las instituciones que garantizan la libertad, entre ellas: la familia, el matrimonio, las empresas y las organizaciones culturales. El mecanismo no es la imposición, sino la exposición de ideas contrarias a las que monopolizan las aulas universitarias, los medios de comunicación y los partidos políticos. No es por la fuerza, sino por la razón. Tampoco es el odio contra homosexuales, indígenas, mujeres o migrantes, sino la resistencia contra las nefastas consecuencias de la ideología de género, del indigenismo, el feminismo y el globalismo (la nueva izquierda, en palabras de Agustín Laje)

Es cierto, que a un principio fuimos pocos quienes advertimos esta metamorfosis de la izquierda. Sin embargo, hoy los progresistas están desorientados y asustados. Tanto así, que, en mi natal Bolivia, los medios de prensa presentaron a José Antonio Kast como un «ultraderechista» y un «peligro» para la democracia regional. Claro que estos mismos medios no dicen nada sobre los destrozos, saqueos e incendios que provocó la izquierda chilena en octubre 2019.

Pero los adjetivos denigrantes contra Kast no salieron solamente de una prensa alineada a los intereses globalistas, sino de varios políticos de la «oposición» boliviana. Por ejemplo, el diputado José Manuel Ormachea en su cuenta de Twitter escribió lo siguiente:

"Está difícil Chile. Un candidato que tiene como su principal aliado al partido comunista y el otro que representa las remoras del pasado pinochetista. A no ser que en gestión ya se moderen, ninguno le brinda certezas al vecino país, sino más bien un salto al vacío".

Aunque Kast tendrá que ir a una segunda vuelta con el candidato de izquierdas Gabriel Boric ―y para eso tendrá que buscar acuerdos con Sebastián Sichel de la coalición política Chile Vamos― los mercados ya empezaron a mandar señales positivas. Por ejemplo, el lunes 22 de noviembre, la Bolsa de Santiago abrió la jornada con una fuerte alza del 9,25% a nivel general. Y es que no es lo mismo un político que respete la institucionalidad democrática y la propiedad privada, que uno que promete convertir a Chile en una Bolivia 2.0. Ergo, la realidad le dio un sopapo al pálido discurso del diputado boliviano.

Finalmente, el modesto 32% de los votos que obtuvo la mafia kirchnerista ―incluso regalando refrigeradores―, o el repudió cada vez más grande que la gente siente por el delincuente Evo Morales y el tibio de Carlos Mesa en Bolivia, son pruebas claras que estamos empezando a ganar la batalla cultural. Sí señores, la pelea valió la pena.

//*HUGO BALDERRAMA FERRUFINO ES ECONOMISTA, MASTER EN ADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS Y PHD. EN ECONOMÍA//

//**LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL PLURAL – LIBERAL DE ESTE MEDIO DE COMUNICACIÓN//

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